Construcción del Palacio


La hacienda El Deán

Teresa de Larrea-Zurbano, madre de la emperatriz Mariana (ca. 1850).
Teresa de Larrea-Zurbano, madre de la emperatriz Mariana (ca. 1850).

Construido alrededor de la antigua y deteriorada casa de hacienda que el marqués Felipe Carcelén había heredado de su padre en 1803, El Deán fue transformándose poco a poco en un lugar de solaz en el que la familia deseaba pasar los veranos y fines de semana, pues se encontraba relativamente cerca de la ciudad de Quito, donde residían normalmente.

 

En 1804 el Marqués suscribió un contrato de reconstrucción de la casa en el que se previeron cambios importantes, como la redistribución de las precarias habitaciones originales para ser convertidas en cuatro salones (comedor, repostero, costurero, sala de visitas) y tres recámaras, una de ellas con antecámara.

 

Estos trabajos, influenciados sobre todo por los deseos de la marquesa Teresa de Larrea-Zurbano, a cuyos caprichos accedió el marido, se extendieron hasta 1808 y culminaron con el diseño de los ahora llamados Jardines de Solanda al sur de la edificación. En adelante y hasta cerca del año 1820, los Carcelén utilizarían la propiedad con mucha frecuencia, convirtiéndola en un hervidero social del Quito pre-independentista.

 

La casa fue prácticamente abandonada durante el proceso independentista quiteño, pero fue vuelta a habitar tras el matrimonio de la primogénita del Marqués, Mariana, con el entonces general independentista Antonio José de Sucre (1828). A su llegada a Quito, pues se había casado por poderes y apenas vivió con su esposa a partir de 1829, el Gran Mariscal ordenó algunos cambios para poder ofrecer reuniones y fiestas en El Deán.

 

El proyecto de Sucre abarcó un periodo histórico importante para Quito, pues en 1829 aún era un estado dentro de la Gran Colombia bolivariana, mientras que en 1830 se declaró fugazmente como República independiente y al año siguiente como una monarquía con el propio Antonio José como su primer emperador. Es decir que en los tres años que tardaron en completar el diseño, existieron tres diferentes tipos de Gobierno en el territorio.

De hacienda a palacio imperial

Antonio I y Mariana de Quito, por Diego de Benalcázar (1830).
Antonio I y Mariana de Quito, por Diego de Benalcázar (1830).

El 14 de abril de 1831 hubo un fracasado intento de asalto a la Mansión Imperial por parte de un grupo de seguidores de la tesis republicana conocidos como los sapos, lo que hizo que Antonio José entendiera que la seguridad de la familia estaba en riesgo si permanecía en un lugar de tan fácil acceso para los enemigos, así que decidió pasar a residir de manera permanente en El Deán.

 

La ventaja de esta propiedad rural radicaba no solo en que ya pertenecía a la familia imperial, sino, y especialmente en su ubicación a las afueras de la ciudad que le garantizaba algo más de privacidad y seguridad al conjunto, a la vez que se encontraba lo suficientemente cerca para que el Emperador pudiese trasladarse a Quitburgo en solo dos horas si así lo requerían las circunstancias del Gobierno.

 

Sin embargo, Antonio y su esposa estaban de acuerdo en que la hacienda no correspondía con el estatus de una residencia imperial, y aunque no eran afectos a los gastos superfluos decidieron intervenir la casa de hacienda original para darle al menos una uniformidad estética, sumar algunas habitaciones para los hijos que irían llegando y dotar al edificio de las comodidades que gozaría cualquier casa de buen nombre en la ciudad.

 

Para lograr el cometido que los Emperadores tenían en mente contrataron al arquitecto francés Jean Baptiste Mendeville, que coincidencialmente había llegado a Quitburgo por cuestiones diplomáticas; y de su mano es que surgió la idea de repensar el conjunto en grande, cerrándolo con dos patios internos al estilo andaluz de las casas urbanas, pero con una fachada neoclásica italianizante que era la moda en Europa por aquella época por lo que en el país resultaría una completa novedad.

 

Los trabajos empezaron el 17 de julio de 1831 y concluyeron cinco años más tarde, aunque la familia se mudó a las pocas semanas de iniciada la construcción, ocupando el edificio de hacienda original mientras Mendeville levantaba el patio de las habitaciones para que los Sucre-Quito pudiesen trasladarse allí en cuanto iniciaran los trabajos del patio de honor, que incluían derrocar la casa antigua para levantar los salones de Estado y de gala.

Grabado del Palacio del Deán en 1840, pocos años después de su construcción.
Grabado del Palacio del Deán en 1840, pocos años después de su construcción.

El arquitecto entregó los trabajos totalmente concluidos el 9 de septiembre de 1836, con un costo total que ascendió a los tres millones de imperatis (aproximadamente un millón de dólares actual) incluyendo los acabados nacionales, pues los importados como el mármol italiano, lámparas austriacas, espejos españoles y las chimeneas francesas ascendían a otros dos millones adicionales.

 

En cuanto al mobiliario y los objetos decorativos, estos fueron originalmente trasladados desde las casas y haciendas de la familia, a los que se sumaron otros que fueron llegando a lo largo de los años por adquisición, expropiación judicial o incluso como obsequios de la nueva nobleza que se iba formando, así como de monarcas y Jefes de Estado extranjeros.

 

Durante los casi 25 años siguientes El Deán se convirtió en la sede oficial de la monarquía quiteña, por lo que el Estado financió la primera carretera carrozable desde Quito hasta Conocoto, y el Emperador la continuó desde allí hasta el Palacio. La aristocracia local tampoco tardó en adquirir tierras en los alrededores y levantar sus propias casas solariegas, mansiones y elegantes villas que con el pasar del tiempo darían lugar a la consolidación del poblado del Deán.

 

Cuando Antonio II ascendió al trono en 1854, continuó viviendo algunos años en El Deán, pero pronto le resultó incómodo el viaje diario que el Parlamento le exigía para despachar desde la ciudad y que le tomaba aproximadamente una hora en coche, por lo que buscó los medios para construir en El Ejido una nueva residencia, mucho más acorde al gran momento económico y de prestigio que vivía el país, pero sobre todo a solo minutos del centro.

 

Después de que se inauguró el Palacio de El Ejido en 1860, El Deán pasó a convertirse en la residencia estival de la familia imperial, donde pasaban la mayor parte del verano y docenas de fines de semana al año, alejados del estricto protocolo de la Corte que se implantó a partir de 1865. También sirvió como residencia a algunos príncipes de Sucre como María Isabel, la hija de Antonio I, y Alejandro I antes de convertirse inesperadamente en Emperador.

 

Entre 1884 y 1886 se construyó la Villa Helénica, ubicada a 400 metros del palacio pero dentro de la misma propiedad, con el objeto de convertirse en residencia del príncipe Vicente de Sucre-Quito y la princesa María Leopoldina del Perú, que acababan de contraer matrimonio. La pareja y sus hijos habitaron el palacete de estilo neoclásico griego hasta que Vicente se convirtió en el primer Gran Duque de Panamá y se mudaron a ese país.

El Deán después del Imperio

El palacio pocos días antes de su inauguración como museo en 1974.
El palacio pocos días antes de su inauguración como museo en 1974.

Cuando la monarquía fue abolida en 1972, y la familia imperial partió al exilio, sus propiedades fueron nacionalizadas y el Estado tomó control sobre ellas. El Deán fue entonces convertido en la residencia de fin de semana de los Presidentes de la República, aunque para dormitar utilizaban la Villa Helénica y convirtieron los salones y habitaciones imperiales en un museo que se abrió por primera vez al público en 1974.

 

En 1980 la antigua familia imperial inició un litigio con el Gobierno quiteño, en el que Alejandro II reclamaba entre otras cosas que le habían sido arrebatadas tras el Golpe de Estado, la devolución de su pasaporte quiteño, el derecho a regresar al país y la reintegración de los palacios de La Recoleta y El Deán a su patrimonio personal, pues habían sido levantados con dinero totalmente privado. En 1985 se agotaron todas las instancias internas y Alejandro recurrió a la Corte Internacional, que en 1988 dictó sentencia a favor de los Sucre-Quito, aunque lamentablemente el último Emperador había fallecido un año antes.

 

En 1990 se permitió al príncipe Antonio y su tía, la princesa María Teresa, regresar al país por un par de semanas para realizar un inventario de los objetos en  La Recoleta y El Deán, de tal manera que se pudiera excluir de la devolución aquellos que habían sido adquiridos con dinero estatal y que pasarían a formar parte de la colección que hoy se exhibe en el Palacio de El Ejido. La familia, aún en el exilio, decidió mantener los palacios como museos dirigidos por un administrador local para que así pudieran autosustentarse.

 

En 1998 se devolvieron los pasaportes y nacionalidad a los descendientes de la familia imperial y pudieron regresar a tomar posesión de sus propiedades, y siendo El Deán una de las más emblemáticas y que mayor cantidad de turistas recibía, decidieron mantenerla como museo y pasar a residir en La Recoleta.